domingo, abril 02, 2006

Cruel vejez


Ella preguntó si podía verlo, hecho que comúnmente evita para no remover aquellos malditos recuerdos. Sin cuestionar aquella repentina preocupación, su padre asintió y ella se dispuso a entrar a la habitación pero bastó con asomarse a la puerta, bastó con un pequeño vistazo, bastó con dos segundos para salir de inmediato de esa pieza al borde de las lágrimas y con los pensamientos agitados en su cabeza.
¡Tantos años a punto del odio por ese hombre y ahora una lástima que la llevó hasta las lágrimas!
El anciano no estaba recostado sino tirado en posición fetal sobre su cama, la sangre bajaba por la sonda confundida entre la orina, el hedor en la pieza dejaba entrever que también su esfínter había sucumbido, sus quejidos eran esta vez reales, con esa cuota de sufrimiento que nunca le había creído antes. Alcanzó a ver uno de sus brazos descubiertos, en algún tiempo fuertes ahora no eran más que delgados huesos cubiertos de piel. Estaba tan pequeño, tan indefenso, tan enfermo y maltratado por la edad, incapaz de caminar, de sentarse, de escuchar, de recordar, de ver, o al menos de entender el sufrimiento que causaba para su familia el hecho de mirarlo.
Ella tenía que salir de ese lugar, no podía entender porque sentía pena por ese hombre, dos segundos la tenían confundida:
- No debí entrar – se decía a sí misma-, debí mantenerme al margen como siempre. Aunque ya lo hice y ahora no estoy bien. No es justo que alguien sufriera de esa manera ni siquiera él. Es casi "justicia divina" pero Dios no haría algo así. ¡Qué me está pasando! ¿por qué estoy llorando?, él ahora ha pagado el daño que hizo. ¿Y Mi padre? ¿qué haré con él, como puedo ayudarlo si no comparto el amor que él tiene por ese hombre?, ¿qué haré con mi hermano, si ese hombre es quien nos ha hecho diferentes?, ¿cómo puedo hacer que no sufran si hasta yo no supe resistir esa escena?.
Ella sabía que al final la vejez cobró en él años de sufrimiento, peleas, llantos, crueldad y falsedades que causó en otros, sólo que ahora ella ya no veía necesario saldar esa deuda. Sólo quería la paz pero qué clase de paz se obtiene en la muerte.
Ella de vez en cuando pregunta por él. Quizás más por saber cómo está su padre que por el mismo anciano.
En la unidad de cuidados intensivos lo mantienen con vida, sin conciencia de lo que pasa a su alrededor, no recibe visitas y si las recibiera no notaría las presencias de sus seres. Está prácticamente amarrado a una cama para que entre sus momentos de poca lucidez forjados por el dolor, sus manos no puedan arrancar las sondas, la mascarilla, el suero...
Creo que ya es hora de decir con toda certeza que lo perdono y que todo lo que queda hacia él es lástima, y el deseo que en la muerte encuentre la paz y la lucidez en brazos de Dios.